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divendres, 9 d’octubre del 2015

Disforia de género en niños

Todas las personas, al nacer se nos ubica dentro de un grupo social dependiendo de nuestro sexo. Al aceptar estas categorías sociales se nos identifica con unos elementos que se han generado dentro de un contexto, tiempo y lugar concreto. De esta manera, a la diferencia biología se le ha asignado un contenido psicológico, social y cultural.

Esto lo digo porque indagando por un manual al que le tengo demasiada manía, el DSM-V, he observado como en un apartado pone lo siguiente:

Disforia de género en niños. 302.6 (F64.2)
A. Una marcada incongruencia entre el sexo que uno siente o expresa y el que se le asigna, de una duración mínima de seis meses, manifestada por un mínimo de seis de las características siguientes:

Y entre estas características, llega lo más sorprendente:
ü  Una marcada preferencia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente utilizados o practicados por el sexo opuesto.

ü  Una marcada preferencia por compañeros de juego del sexo opuesto.

Con esta clasificación, se puede atisbar un peligroso ejercicio. Caemos en un territorio donde se promueve el acto de estigmatizar e incluso medicar y diagnosticar a niñas y niños. Pero por un problema que va mucho más allá de la necesidad higienista psiquiátrica de controlar y catalogar a las personas, ya que responde a una inadecuación en las conductas homogéneas de género. Aquel niño o niña que no responde a las pautas conductuales normalizadoras ya es mirado con lupa, con una precisión psiquiátrica para ver qué le pasa. Algo se sale de lo normal, algo va mal. En consecuencia, hay que actuar. ¿Cómo es posible que prefiera los juguetes del sexo opuesto? ¿O prefiera jugar con el sexo opuesto?
Ante estas preguntas, me doy cuenta de que el problema es mucho más estructural y complejo de lo que pensaba. En el momento en que preferir jugar con el sexo opuesto pueda ser una característica de un trastorno mental, es que el poder biomédico está alcanzando cotas totalmente insospechables. Por otro lado está el tema que a la inconformidad con el sexo subjetivo solo se le dé respuesta des de la vertiente clínica y médica, hecho que nos conduce a este tipo de clasificaciones. Y también a repensar el papel de lo social en el marco de lo trans.

Pero en la base de la educación, en uno de los pilares psicoeducativo referentes en la vida de una niña o niño, ya se tratan las diferencias con el patrón de género des de una perspectiva biomédica. La diferencia no es aceptada. No se piensa en que una persona con sexo masculino pueda tener actitudes, idiosincrasia y pensamientos diferentes de la construcción social de género establecida.  Necesitamos catalogar, controlar y silenciar aquellas voces inconformes con las estructuras sociales y culturales. Esas niñas y niños tienen (o son propensos a tener) un trastorno mental. Esa es la respuesta rápida, fácil y que perpetua este sistema que excluye, discrimina y medicaliza.

Por lo tanto, solo pienso que debería haber otras alternativas para afrontar las situaciones en que los patrones de masculinidad y feminidad no se repitan. Debería haber otros espacios, otros escenarios con otras actitudes que no discriminen y categoricen. Dar ese espacio de seguridad donde la niña o el niño pueda escoger antes de ser diagnosticada. En donde pueda definirse con el tiempo como una mujer masculina o un hombre femenino o como le dé la gana, (dentro de esta sociedad heteropatriarcal) sin necesidad de sentirse enferma y controlada. 

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